
Por David Dominguez
El gobierno federal ha promovido las Tiendas del Bienestar como un programa para apoyar a pequeños productores y ofrecer productos esenciales a la población, entre lo más destacados se encuentra el Café del Bienestar, elaborado por comunidades indígenas de Oaxaca, Veracruz, Guerrero y Puebla, con la promesa de impulsar la economía local y fomentar el comercio justo.
Sin embargo, la realidad plantea interrogantes sobre su efectividad, varios usuarios han reportado que muchos de estos productos se venden a precios más altos que en el mercado comercial, lo que debilita la idea de que son una opción accesible para la población, esta discrepancia genera dudas sobre si el programa cumple realmente con su propósito social o si se trata de un esfuerzo simbólico más que transformador.
Además del tema de los precios, la distribución de las tiendas es limitada, lo que deja fuera a una gran parte de la población que podría beneficiarse de los productos, la percepción pública también se ve afectada: si los consumidores no perciben ventajas tangibles, la iniciativa pierde legitimidad y se corre el riesgo de que sea vista como un acto de marketing político más que como un instrumento de bienestar social.
Las Tiendas del Bienestar representan una buena intención, pero su ejecución evidencia fallas que limitan su impacto real, para que sean una herramienta efectiva de desarrollo social, deben garantizar precios competitivos, amplia distribución y beneficios claros para productores y consumidores. De lo contrario, corren el riesgo de convertirse en un programa más simbólico que transformador, con un alto costo político y económico.